Algo habitual en la mayoría de las personas, es que se desencadenen diferentes emociones ante un impulso incontrolado por comer.
Sentimos emociones como la frustración (“¿porqué me sigue pasando esto?”), el bajón (“no puedo comer todo lo que me gustaría…”), también sentimos ansiedad (“seguro que no voy a poder evitar comer más de la cuenta esta noche”), desesperación (“no puedo más, tengo que comer “X”).
Si reaccionamos ante estos impulsos, le estamos dando poder a nuestros pensamientos para controlar nuestro cuerpo y nuestras decisiones.
En cambio cuando conseguimos separar estos impulsos del pensamiento que viene de nuestro cerebro primitivo, actuaremos con un pensamiento racional, dejando de prestar atención a los pensamientos y sentimientos que sentimos en esos momentos, y por tanto seremos capaces de ignorar estos impulsos.
Actuar ante estos impulsos o no hacerlo, es un cambio de mentalidad, que implica observarlos como si los viéramos en otra persona. La clave está en desvincularnos emocionalmente de estas necesidades inmediatas.
En la medida que dejemos de involucrarnos emocionalmente con estos impulsos, dejan de tener poder sobre nuestras emociones y dejamos de tenerles miedo. Esto nos permite seguir con nuestra vida, conviviendo con la inquietud de esa ansiedad momentánea, que cuanto más practiquemos a vivir ignorándola, menos tiempo nos dura y antes nos libraremos de estos impulsos hacia la comida.